Autora: Anabelle Madden
Según la costumbre, los dientes de leche deben desprenderse mansa-mente del húmedo hogar que los cobija en nuestra boca, quedar flojitos hasta caer con un movimiento insistente de nuestra lengua o con un hilo bien enlazado por los padres. Pero está es otra historia, la de los dientes que quieren seguir siendo parte de un mismo cuerpo de niño, y la de un niño que no acepta las monedas de ningún ratón de cuentos para desprenderse de los raigones que anuncian el crecimiento.