Al cumplirse las dos horas de esa mañana del 24 de julio las escuadras del general Padilla, que habían fondeado frente a las costas de Santa Bárbara, hicieron velas a la espera del viento y se alinearon a perseguir por sorpresa a las escuadras realistas. Poco antes, el comandante patriota había arengado a su tripulación de bergantines y corbetas a combatir con apuro y entusiasmo. Eso hicieron y se dieron a malbaratar y a destruir los navíos de España hasta el abordaje final del bergantín San Carlos que comandaba Laborde y Barrios. El enemigo trató de huir de la acometida de los zulianos todos (soldados y pescadores) con el resto de las embarcaciones, las más de ellas destrozadas por el cañón y diezmadas por la artillería, pero los patriotas se la negaron. La tropa del San Carlos se echó al mar. La victoria fue definitiva.
Sin ese triunfo, la causa bolivariana hubiera sido otra y la liberación total de la Gran Colombia ilusión incierta, destino azariento.
El lago de Maracaibo, con sus pescadores y gente del común, con sus oficiales, como el capitán de navío Pedro Lucas Urribarrí y mujeres soldados, como Ana María Campos y Domitila Flores, fue, ese 24 de julio de 1823, aquel héroe de una de las batallas decisiva para la independencia y avivada pasión libertaria de Simón Bolívar. Ese día anunciaba ya la víspera de Ayacucho.
Luis Alberto Crespo