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Autor: Norberto Codina 

Humildemente, como cabe a quien ha sopesado la naturaleza de los misterios del hacer poético y descubre los sortilegios de la diafanidad, nuestro amigo Norberto Codina nombra está antología con el título de uno de los poemas que la integran: Lugares comunes. Lo hace acaso para dejar un halo de precavida ironía en la gente grave y seria, o simplemente para que el lector encuentre en ella una aventura espiritual de apacible complicidad transferible. Transferible en el sentido de ser una presencia que es a la vez otras presencias, puesto que se emprende para y por los otros en la común razón del conmoverse. Y esta aventura se transforma en nostálgicas epifanías: postales interiores que se comparten en el idioma de las revelaciones. Se entrecruzan en la propia existencia del poeta como en su obra desde que tras las vivencias de la primera infancia en su natal Caracas, las de los años posteriores en su otra patria, Cuba, deparaban los primeros júbilos de la triunfante revolución que tomaban La Habana y se iniciaba un nuevo estado de espíritu en la tierra de Martí.

El discurrir sereno, reflexivo o jubiloso de esta selección que celebra los setenta años del poeta es, también por eso y de algún modo, un rescate de la fugacidad del tiempo que nos conforma y nos devora, junto a la evocación de inmortales ausentes o de tempranas nostalgias del aquí y ahora, de reminiscencias de perennes travesías del autor por todo el mundo en poéticas peripecias, o del amor filial (que en sendos poemas abre y cierra el libro) o la alusión erótica, los discretos fastos de la amistad o los laberintos que desprendidos de los sueños pueblan el otro costado del vivir. Tiene pues, el lector, ante sus ojos, más que un conjunto de poemas, el pequeño universo cómplice y cotidiano de un poeta persuadido de que ante toda lobreguez siempre amanecerá la pregunta universal que en su entraña -y parafraseamos aquí versos alegóricos de uno de sus poemas- acoge la sombra de un niño que se alarga tanteando, como quien roza apenas las paredes y el aire de una casa fantasmal.