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Autor: Ernesto J. Navarro

Cuando Germán murió, Puerto Nuevo dejó de ser Puerto Nuevo y durante varias noches la tierra se fue hundiendo hacia el infierno. La mitad de los árboles que estaban en pie se secó y la otra se fue resquebrajando hasta tenderse en el hervor de sus calles. “Fue una mardita sequía”, dice todavía la gente, persignándose el recuerdo.